Nepal atraviesa una crisis política y social sin precedentes. Todo comenzó con la prohibición de redes sociales como Facebook, Instagram y YouTube. La medida, impuesta bajo el argumento de mantener el orden público, encendió la indignación de miles de jóvenes en Katmandú y pronto se extendió a otras ciudades.
El resultado fue devastador. Al menos 25 personas perdieron la vida y más de 300 resultaron heridas en distintos puntos del país. La mayoría de las víctimas eran manifestantes, aunque también se registraron ataques contra dirigentes políticos y sus familias. El país, en cuestión de días, pasó de un veto digital a una ola de violencia generalizada.
La renuncia del primer ministro K. P. Sharma Oli no logró frenar la tensión. Por el contrario, las protestas cobraron aún más fuerza, con símbolos de poder incendiados y la capital bajo un clima de caos. Nepal ahora enfrenta un escenario de incertidumbre con toques de queda, aeropuertos cerrados y una población cada vez más desconfiada del gobierno.

Protestas juveniles contra la corrupción en Nepal
Las marchas fueron encabezadas por la llamada Generación Z. Jóvenes de entre 15 y 28 años tomaron las calles de Katmandú, Biratnagar, Nepalgunj, Pokhara e Itahari. La chispa fue la prohibición de 26 plataformas digitales. Sin embargo, el malestar no nació ahí. Venía acumulándose desde hace años, con quejas sobre corrupción, nepotismo y falta de oportunidades.
Algunos manifestantes lanzaron piedras contra la residencia del primer ministro. La policía respondió con disparos al aire, gases lacrimógenos y detenciones. En Damak, la carretera Este-Oeste fue bloqueada con neumáticos en llamas. Pese al toque de queda decretado en la capital, las movilizaciones no se detuvieron.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos denunció el uso excesivo de la fuerza. Incluso sus equipos de observación fueron agredidos durante los enfrentamientos. En un comunicado, recordó que la Constitución y los acuerdos internacionales garantizan el derecho a la protesta pacífica.
Dimisión y escalada de violencia en Nepal
El primer ministro Oli renunció argumentando una “situación extraordinaria”. Su salida se produjo un día después de la jornada más sangrienta. Sin embargo, lejos de calmar el descontento, la violencia escaló. Varias residencias de exmandatarios fueron atacadas. La esposa del ex primer ministro Jhalanath Khanal murió tras sufrir quemaduras cuando su vivienda fue incendiada.
La familia del también ex primer ministro Sher Bahadur Deuba tampoco se salvó. Su esposa, Arzu Rana Deuba, ministra de Exteriores, fue agredida en su propia casa. A la par, edificios oficiales ardían en llamas. Entre ellos, el Parlamento, la Oficina de la Presidencia y hasta el Tribunal Supremo. También los medios de comunicación sufrieron ataques, incluido el grupo Kantipur, el más influyente del país.
El ejército emitió un comunicado para pedir calma. “Eviten más pérdidas humanas y materiales”, decía el mensaje. Sin embargo, las calles de Katmandú seguían tomadas por la multitud. La presión internacional creció, mientras India y China observaban con atención los efectos regionales de la crisis.
¿Qué viene para Nepal?
Tras la renuncia de Oli, el reto es evitar un vacío de poder. El Parlamento está asediado y los partidos buscan consensos para convocar elecciones o pactar reformas. Pero la confianza está rota. Para muchos jóvenes, lo que ocurrió con el veto a redes sociales fue solo la punta del iceberg.
Analistas señalan que Nepal vive el resultado de años de mal manejo político desde la transición posmonárquica en 2008. El veto digital fue un catalizador que sacó a la luz un descontento más profundo: el hartazgo con la corrupción y la falta de transparencia.
El movimiento juvenil se ha convertido en símbolo de resistencia. Aunque el veto ya fue revocado, la demanda central es más ambiciosa: un cambio real en la manera de gobernar. La pregunta que todos se hacen es si las instituciones serán capaces de canalizar ese reclamo sin más violencia.
Una lección para otros países
Lo ocurrido en Nepal deja una lección clara. Las restricciones digitales no apagan las voces críticas; las multiplican. En un mundo hiperconectado, bloquear redes sociales puede convertirse en un boomerang político. Lejos de controlar la narrativa, los gobiernos pierden legitimidad.
El caso de Nepal es un recordatorio para otros países donde se discuten medidas de censura digital. La salida no está en apagar plataformas, sino en construir confianza, dialogar con la ciudadanía y ofrecer soluciones a los problemas estructurales.
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